La ópera es vida, sólo si la entendemos como una manifestación de rasgos humanos.
Tanto los hombres, como las mujeres, los ancianos y los niños se relacionan entre si y muestran su humanidad mediante los órganos de los sentidos. Es posible que el sentido del olfato sea el menos valorado por los escritores y libretistas que escriben óperas. De hecho, en las composiciones operísticas pocas veces se hace alusión a los olores y, si se hace, siempre lo es dentro un contexto amplio en el que se describen momentos o lugares donde también participan otros órganos de los sentidos. Pero la capacidad olfativa está tan ligada a la esencia del ser humano, que aunque no esté presente de una manera explícita en las escenas de ópera, somos capaces de intuir su relevancia en el argumento de situaciones en las que su presencia o su disminución marcan la conducta de los individuos. Así, en cualquier escena donde aparezcan figuras de enamorados, embarazadas, cocainómanos, pintores, jardineros, comensales, borrachos o fumadores, entre otros, somos capaces de comprender el mundo odorífero concreto en el que viven inmersos. El olfato también se ha relacionado con la elección de pareja o con el adulterio y es un mecanismo de protección vital frente a amenazas como los incendios, los envenenamientos o las intoxicaciones. Pero además, en la ópera son frecuentes las intrigas resueltas por personajes sagaces que huelen complots o incluso el miedo de otros seres. La conferencia “El olfato en la ópera” les propone un viaje por los lugares y épocas en las que se desarrolla la trama de algunas de las óperas más famosas. En ellas, los personajes se refieren expresamente al olfato como generador de recuerdos evocadores de sensaciones dispares. Al mismo tiempo, se tratará de conjugar estas emociones con la intención con la que los compositores dibujan el perfil psicológico de sus personajes.